ORLANDO MARINI |
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Voces en silencio asomaban por las oscuras ramas de los
árboles. La noche de par en par, dejaba escapar
de cuando en cuando el metalizado sonido del
vaivén de una puerta abierta al espacio. El patio interior había
guardado sus últimos colores y una bisagra al caerse intentaba arrancar extraños
gritos contenidos a la noche. La fuente manaba agua en medio de una calle de casas
semi renacentistas. Un haz de luna iluminaba el
campanario de la única iglesia. La calle de relojes callados
marcó de pronto a una blanca estatua junto a la fuente. La puerta seguía su extraño
vaivén y la casa de patios ya
definidos iba quedando atrás. El espacio fue dibujando
matices de verjas. Arabescos de puertas se
abrían para dar paso a la extraña
casa. Soles de tempranos amarillos
comenzaron a mezclarse con las campanas de la torre
caída en el espacio. Un ángel apenas dibujado se
dejaba ver junto al clave a través de una ventana. Los sonidos se espejaban. A lo largo de la noche,
jardines ya definidos mostraban escaleras perdiéndose entre laberintos
de balaustres y las pérgolas, desdibujaban
imágenes junto al único pino azul. De pronto, el ángel de intensos
dorados se marcó en el frente de la Casa. Un amplio silencio colmó la
extraña calle. El haz de luna, se detuvo en
la torre caída y en la hilera de relojes de campanarios
olvidados... El ángel recogió sus alas
dejadas junto al pino azul y ocupó definitivamente el
frente superior de la Casa. Alguien quizá sin saberlo olvidó un daguerrotipo junto
a la verja. Nadie se animó a tocarlo hasta esa tarde... |